El incesto emocional
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El incesto emocional



Cuando una madre depende emocionalmente de su hijo varón y le cuenta intimidades que debería contarle a su esposo o pareja, comete un incesto emocional.

-¿Incesto emocional? ¡No me digas eso Gabby! ¡Pero si mis padres nos protegían de todo! ¡Nunca nos pegaron! ¡Nos defendían siempre!

Eso contestó mi paciente ante mi impresión diagnóstica. Pero no me equivocaba. Ese hombre tenía todos los síntomas. No podía comprometerse, era infiel, no entendía por qué trataba mal a sus parejas, era un hombre de “extremos” y polaridades emocionales, inseguro… y había tenido una madre olvidada por el padre a nivel sexual y emocional.

Este hombre me confesó sesiones posteriores que ese había sido su secreto por años. El sentir que gracias a que su madre se apoyaba tanto en él su padre la tenía tan abandonada. Preguntaba:

-¿Es normal que tu madre acuda a ti para ser su confidente de problemas y sobre su vida sexual con tu padre?, será normal hacerle masajes a tu madre en las manos para que te deje irte a dormir más tarde, ¿verdad? Y también es normal que, mientras le das el masaje, te diga, “lo haces mucho mejor que tu padre”, ¿no?

Y yo contestaba tajante:

-“Definitivamente, no. No es ni sano, ni normal. Pero definitivamente también, no creo que tu madre lo hiciera a propósito. Nadie es perfecto, ni siquiera tus padres. Por tanto, a todos nos han dado lo que han tenido: Los padres perfectos, tendrían hijos perfectos. En tu caso y el de muchos otros hombres que he atendido, se manifiesta en dificultad para asumir compromisos; otros quizá lo manifiesten haciendo amistades tóxicas o sintiendo constantemente la necesidad de adaptarse a otra persona. El problema es que no son capaces de darse cuenta de qué les ocurre. Y si lo saben, lo guardan como un gran secreto culposo por años y años. Muchos no llegan a terapia y nunca lo dicen. Pero esto es lo que los psicólogos denominamos incesto emocional o encubierto: cuando uno de los progenitores convierte a su hijo en una especie de compañero”.

Tal como señala la máxima Jungiana: “Los que niegas, te condena. Lo que aceptas, te libera”. Todo aquello que no fingimos no saber, nos condena también.

Siempre nos dijeron que debíamos ir al dentista cada seis meses y asegurar que nuestros dientes estuvieran bien, debíamos ir al gym a mantener nuestros músculos firmes, y a la escuela para instruirnos académicamente.

Sin embargo, para muchos de mis pacientes ya entrados en la mitad de su vida, nadie les dijo en ningún momento que era igual de importante que buscaran a un psicólogo para elevar su coeficiente emocional.

Mientras no padecieran una depresión extrema, ansiedad o algo que les afectara visiblemente, no había razón para acudir a un psicólogo.

Para algunos hombres, como mi paciente, hizo falta que ocurriera algo innegable —romperle el corazón a la mujer a la que supuestamente amaba— para darse cuenta de que necesitaba ayuda con su salud emocional y psicológica.

Y hasta ese momento, frente a mí, en mi consulta, no tenían la menor idea de por qué les resultaba tan complicado manejar sus relaciones de vida, pero especialmente con sus parejas. Ahora, viendo hacia atrás, es obvio que era porque seguían manteniendo una relación con sus propias madres.

Pero el hecho de saberlo no basta para cambiar las cosas. Habrá que trabajar el aspecto emocional, por lo que sería inteligente hacer un largo periodo de terapias que, aunque no te salvaran la vida, sí te la devolverán.

Sí. Porque una terapia no puede cambiar el pasado, pero sí puede cambiar el futuro.

Sin un proceso terapéutico, muchos de mis pacientes tal vez seguirían acumulando relaciones fracasadas y rompiendo corazones hasta el día de su muerte, pensando que solo tenían que encontrar a la persona adecuada para que todo saliera bien.

Es preciso que le demos la misma importancia a nuestro coeficiente emocional que el que le damos al intelectual.

Después de años de terapia, ese hombre hoy está mucho mejor. Su vida es mejor. Hoy está preparado para una relación funcional. Para comprometerse y ser fiel a él mismo. No trata mal a ninguna mujer porque ha perdonado a su propia madre gracias al Taller terapéutico del perdón (www.vivirlibre.org/perdon) en el que participó hace años conmigo. Y lo demás… es lo de menos.

¡Te deseo un día lleno de amor y de consciencia!


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